Ocho de septiembre,
diez de la noche. Comienza una de las mejores experiencias vividas por el que
escribe. Se apagan las luces. Cantillaneros y foráneos se echan a las calles esperando a la Pastora. Empieza
a tocar
la banda que abre paso, Humildad de Sevilla, y con este son, miles de
aplausos se congregan ante la puerta de
la Parroquia de la Asunción, impacientes por ver pasar bajo el dintel de la
puerta a la Madre de Dios. Ya suenan las campanitas del árbol que da cobijo a la
Pastora, los aplausos van creciendo y por fin, tras una larga espera, aparece.
La emoción de miles de pastoreños hace que se iluminen las calles. Impresionante como
es capaz de caminar entre tal multitud, como puede mover a tantas personas que se aglutinan alrededor
del paso, impresionante la fuerza de la Madre de Dios.
Llega la media
noche, y con esta, uno de los momentos más esperados por los pastoreños, la llegada a la calle de Martin Rey. Vuelve a hacerse la oscuridad en los alrededores del
paso que se rompe tras la retirada del
sombrero, lo que provoca eso que tanto tememos
los cofrades, una gran lluvia. Pero en este caso no caía agua, sino
miles de pétalos de rosa de un cielo
iluminado por cientos de fuegos
artificiales.
La noche se hace
demasiado corta, y llegamos a la Cuesta del Reloj. No hay palabras para describir lo que ahí
sucede. El paso comienza a ascender la calle, con un gran trabajo de los
costaleros que hacen que parezca que el paso sube flotando entre la multitud.
La Pastora se acerca
ya a la Parroquia de la Asunción después
de haber recorrido su pueblo. En la última revirá y casi en la entrada suena
una gran marcha, A ti Manué, la cual contiene un solo que provoca el silencio,
se escucha la trompeta y las campanitas del árbol, nada más. Este silencio se rompe con los aplausos y las
vivas de los pastoreños que despiden así a su Divina Madre, la cual espera en
su Parroquia la visita de todos los que fuimos a verla en esa noche mágica.
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